Recuerdo aquel día
como si fuera ayer.
Me hablabas, entusiasmada,
y yo dejé de escucharte.
Estabas allí, sentada,
con la calma en los hombros
y una sonrisa sin esfuerzo.
Yo, también sentada,
pero rígida, distante,
invadida por el vértigo extraño
de no querer rendirme,
de no lanzarme hacia ti.
¿Me perdonas?
Solo podía escuchar
tus labios.