No me eliges,
pero te quedas.
Como una sombra tenue
que habita tu cuerpo,
sin voz, sin reclamo.
Te resignas a mí,
porque no hay alternativa,
porque el silencio pesa
menos que la soledad.
Y en esa pausa tibia,
me dejo habitar.
No soy deseo,
ni certeza,
solo un refugio
que no pide nada,
que acepta el olvido
antes que el rechazo.