Que me miren.
Sentir el precipicio.
Que me descifren
y me celebren.
HAS PERDIDO LA SED
La agonía hecha mantra.
Se perdió la magia,
la intriga.
Solo quedó el desastre.
Intentaba alejarme
de la norma,
y, en tanto esfuerzo,
solo lo arruiné.
Ahora ya no me eliges.
Ahora has perdido la sed.
GESTIONAR NO ES SOSTENERLO TODO
Hay días en los que abrimos el correo, revisamos el calendario, reorganizamos prioridades y sin embargo, algo dentro se desajusta. No es trágico. No es urgente. Es apenas una vibración sutil, como si el cuerpo supiera -antes que la mente- que sostenerlo todo ya no es sostenible.
La palabra gestión ha sido sinónimo de control hasta ahora: de organización, planificación, eficiencia, productividad. Gestionar es prever, optimizar, medir. Pero ese paradigma, profundamente funcional, deja fuera algo fundamental: la experiencia humana. Porque no todo lo que atraviesa un día se puede meter en una tabla. Ni todo lo importante se puede resolver con una reunión y un calendario.
Gestionar, hoy, implica algo más complejo: vivir entre lo concreto y lo intangible. Tomar decisiones, sí, pero también sentir sus consecuencias. Resolver problemas, claro, pero sin desconectarse de lo que esas soluciones exigen internamente. Porque no es lo mismo "resolver" que "atravesar".
En ese cruce entre lo operativo y lo emocional, aparece una tensión constante: la de sostenerse mientras se sostiene. Y ahí es donde muchas veces fallamos, no por falta de capacidad, sino por exceso de exigencia. Por seguir creyendo que ser funcional es no detenerse, no aflojar, no mostrarse vulnerable.
Pero, ¿qué pasaría si empezamos a pensar la gestión no solo como control, sino también como escucha? ¿Y si soltar, perderse un poco, dejar espacios sin llenar, también fuera parte del trabajo?
La gestión emocional es parte inevitable del hacer. El estrés, la incertidumbre, el miedo a no llegar, la frustración cuando nada sale como se esperaba. Todo eso se cuela en las tareas más rutinarias. Y lo que no se reconoce, se filtra. Lo que no se nombra, se acumula.
Aprender a gestionar, entonces, también es aprender a perder el control sin colapsar. A discernir qué vale la pena sostener y qué se puede soltar. A entender que la productividad sin pausa termina siendo una trampa. Que a veces, no hay que optimizar nada. Solo respirar. Nombrar. Sentir.
Porque gestionar no es sostenerlo todo. Es saber qué dejar caer sin perderse del todo en la caída. Es aprender a ser humano entre tareas, emociones y pausas. Y en ese equilibrio inestable, encontrar —a veces— una forma más honesta de avanzar.