A veces el mundo se siente ajeno.
Un día te levantas y todo pesa. Nada es como debería ser, los engranajes no encajan y tú no sabes quién eres. Pero no puedes quedarte quieta. Un impulso sin razón aparente te mueve y, de pronto, te cruzas con una sonrisa y te ríes.
La felicidad se cuela, una tregua breve en la tormenta, una ilusión que te sostiene, que te hace creer que todo puede funcionar, y entiendes que, aunque no seas quien crees que deberías ser, encajas, imperfecta y real, en este mundo en el que también llueve sobre mojado.