Ya no lloro.
Aunque tenga ganas.
Me invade un pesar y dejo que me atraviese.
Pero no lloro.
Y si me dejara habitar por la pesadumbre
y rumiara ese dolor
me quedaría sentada mirando hacia la pared sin hacer nada.
Y sin embargo, he dejado de pensar,
permanezco emocionalmente inmóvil
pero físicamente activa,
me levanto y hago,
y el movimiento me trae desahogo
y una sensación que me hace sonreír
mientras escucho música y regreso al lugar
donde ese vacío me invade otra vez.
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