EL REGRESO

El corazón palpita más lento,
la oscuridad me habita,
el silencio es ruido
y la emoción me ahoga.

Los sentimientos,
          desordenados.

Muevo mi cuerpo.
Me esmero.
Juego.
Salto.
Canto.
Y él siempre me devuelve a casa.
A mis personas.
Las que agitan mi desorden,
y traducen todo ese caos
en hogar.

Y me abrazan
—me juegan—
—me saltan—
—me cantan—
con el cuerpo, sí,
y con todo.


TU PECHO

"Quiero que tu pecho sea mi cama."


Residente, 313 

PLIEGUES EN EL LENGUAJE

"Contesté de forma breve y amable. Apenas un par de palabras. Si extendía la respuesta entonces el mensaje no podría ocultar mi tristeza. Y el habla de un cuerpo triste siempre es sospechosa: contiene tensiones, segundos sentidos. Resulta violento frente a las frases simples y utilitarias de un cuerpo tranquilo. La tristeza genera pliegues en el lenguaje.


- Sara Torres, La Seducción

VUELVO A LLORAR

Vuelvo a llorar.

No quiero que me vean.

Marga🔹 me dice que no pasa nada. 

Es importante este permiso.

Nada cambia pero todo es diferente.  

EXTRAÑAMENTE TRANQUILA

 - escritura automática -

Estoy cenando sola en un restaurante en una plaza.
Me he pillado moviendo la pierna, como si estuviera intranquila, es algo que nunca hago.
Mi pensamiento está enfocado en que estoy sola en la plaza y me siento extraña. 
Solo veo parejas y grupos. Bueno, y una mujer sola como yo. 
Creo que las personas que están solas, viajando, habitando, son seres seguros, que están en paz con ese momento. Pero yo no. Habito una fachada de tranquilidad, transmito que sé lo que quiero, que no tengo prisa. Pero no es así. No paro de pensar que sigo aquí, extrañamente, sintiendo que estoy fuera de lugar. Pero doy un sorbo a mi cerveza y parece que disfruto. Esa mujer que está sola, como yo, sí debe estar en paz, porque está leyendo un libro y tienes que estar muy en paz con tu mono interior para poder centrarte en leer un libro en una terraza de un restaurante en una plaza. También para, observa y sonríe, y bebe una copa de vino blanco. 
Consigo detener mi pensamiento con otra señora que ríe mucho y se divierte con un hombre que hace pompas gigantes de jabón.  Ella va a cenar con un grupo, pero está tan contenta que se levanta a reír mientras también intenta hacer pompas, y ríe, mucho. Y vuelve a su mesa y sigue riendo. Parece feliz. Quien sabe. 
He dejado de pensar en mí por un momento.
Pero sigo moviendo la pierna. Parece un tic que no tengo, aunque ahora sí. Termino mi cerveza. La señora feliz le da una moneda al hacedor de pompas y la señora que estaba en paz sigue leyendo su libro ajena al resto de circunstancias.
Cuando ya no sea la primera vez que estoy sola viajando y deje de tener este tic, me dedicaré a mirar personas que ríen. Me gusta. 
Cuando pensaba en mí tenía prisa en irme, sentía que estaba fuera de lugar, pero ahora que ya tengo que pagar y después de ver esa señora reír felizmente, estoy extrañamente tranquila y mi pierna al fin está quieta.

EL SILENCIO

El silencio se puede escuchar.
Es espeso,
inmenso,
ensordecedor.
Se instala en el pecho,
te habita.


ME REHARÉ

Que sí,
que ya no lloro,
pero sigue oscuro.

No he salido de casa sin hacer la cama.
Esa es la clave.
La señal de que algo está deshecho
pero puede rehacerse.

Seguiré haciendo la cama
aunque esté oscuro.
Es la clave.
Me reharé cada día.

YA NO LLORO

Ya no lloro. 
Aunque tenga ganas. 
Me invade un pesar y dejo que me atraviese.
Pero no lloro. 

Y si me dejara habitar por la pesadumbre
y rumiara ese dolor
me quedaría sentada mirando hacia la pared sin hacer nada.

Y sin embargo, he dejado de pensar,
permanezco emocionalmente inmóvil
pero físicamente activa, 
me levanto y hago,
y el movimiento me trae desahogo
y una sensación que me hace sonreír 
mientras escucho música y regreso al lugar
donde ese vacío me invade otra vez.

EN CONSTANTE TRANSFORMACIÓN

Caminamos nuestra rutina a diario: los mismos pasos, el mismo camino, la misma hora. Nos cruzamos con las mismas caras, repetimos la misma sonrisa, el mismo saludo automático. Y sin embargo, detrás de esa aparente repetición, algo cambia constantemente. Yo no soy la misma de ayer. Cada día, sin que nadie lo note, estreno una versión distinta de mí.

¿Dónde ocurre esa transformación silenciosa? ¿En qué paso se descose lo viejo para dar espacio a lo nuevo? ¿En qué momento exacto mi interior se acomoda a una forma diferente de ser? En esa continuidad predecible también habitan las grietas donde el interior se reinventa. En esa constancia se ocultan momentos invisibles de cambio, de cierre, de comienzo. Y me lo pregunto, mientras rutinamos, de todos los días que atravesamos con piloto automático, ¿en cuántos dimos una sonrisa auténtica, y en cuántos nos envolvimos en un cordial disfraz? A veces, alguien me ve a la misma hora, en el mismo lugar, y cree que nada ha cambiado. Pero sin saberlo, ha sido testigo del cierre silencioso de una etapa. Quizás no lo notaste, pero mientras cruzábamos miradas, nacía una nueva versión de mí.

SIN PROMESAS

Llené tu noche sin promesas.
No fui recuerdo,
ni olvido.
Solo un paréntesis.

QUE ME MIREN

Que me miren.
Sentir el precipicio.
Que me descifren
y me celebren.

DÉJÀ VU

"Y si me rompo
es déjà vu.
Sé que todo esto ya pasó."

Kevin Kaarl, Me va a costar

HAS PERDIDO LA SED

Soy pedante.
La agonía hecha mantra.
Se perdió la magia,
la intriga.
Solo quedó el desastre.
Intentaba alejarme
de la norma,
y, en tanto esfuerzo,
solo lo arruiné.
Ahora ya no me eliges.
Ahora has perdido la sed.

GESTIONAR NO ES SOSTENERLO TODO

Hay días en los que abrimos el correo, revisamos el calendario, reorganizamos prioridades y sin embargo, algo dentro se desajusta. No es trágico. No es urgente. Es apenas una vibración sutil, como si el cuerpo supiera -antes que la mente- que sostenerlo todo ya no es sostenible.

La palabra gestión ha sido sinónimo de control hasta ahora: de organización, planificación, eficiencia, productividad. Gestionar es prever, optimizar, medir. Pero ese paradigma, profundamente funcional, deja fuera algo fundamental: la experiencia humana. Porque no todo lo que atraviesa un día se puede meter en una tabla. Ni todo lo importante se puede resolver con una reunión y un calendario.

Gestionar, hoy, implica algo más complejo: vivir entre lo concreto y lo intangible. Tomar decisiones, sí, pero también sentir sus consecuencias. Resolver problemas, claro, pero sin desconectarse de lo que esas soluciones exigen internamente. Porque no es lo mismo "resolver" que "atravesar".

En ese cruce entre lo operativo y lo emocional, aparece una tensión constante: la de sostenerse mientras se sostiene. Y ahí es donde muchas veces fallamos, no por falta de capacidad, sino por exceso de exigencia. Por seguir creyendo que ser funcional es no detenerse, no aflojar, no mostrarse vulnerable.

Pero, ¿qué pasaría si empezamos a pensar la gestión no solo como control, sino también como escucha? ¿Y si soltar, perderse un poco, dejar espacios sin llenar, también fuera parte del trabajo?

La gestión emocional es parte inevitable del hacer. El estrés, la incertidumbre, el miedo a no llegar, la frustración cuando nada sale como se esperaba. Todo eso se cuela en las tareas más rutinarias. Y lo que no se reconoce, se filtra. Lo que no se nombra, se acumula.

Aprender a gestionar, entonces, también es aprender a perder el control sin colapsar. A discernir qué vale la pena sostener y qué se puede soltar. A entender que la productividad sin pausa termina siendo una trampa. Que a veces, no hay que optimizar nada. Solo respirar. Nombrar. Sentir.

Porque gestionar no es sostenerlo todo. Es saber qué dejar caer sin perderse del todo en la caída. Es aprender a ser humano entre tareas, emociones y pausas. Y en ese equilibrio inestable, encontrar —a veces— una forma más honesta de avanzar.


NO ME ELIGES

No me eliges,
pero te quedas.
Como una sombra tenue
que habita tu cuerpo,
sin voz, sin reclamo.

Te resignas a mí,
porque no hay alternativa,
porque el silencio pesa
menos que la soledad.
Y en esa pausa tibia,
me dejo habitar.

No soy deseo,
ni certeza,
solo un refugio
que no pide nada,
que acepta el olvido
antes que el rechazo.

SIGUE AQUÍ

Como si el mundo dependiera
del trazo correcto de una frase.

Nunca supo —y quizá eso la hizo eterna—
que había una brújula escondida
en su manera de estar ausente.

Lo que no ocurrió
dibujó el mapa.

Yo viví de su imagen,
como quien bebe del reflejo
sin tocar el agua.

Ella no lo supo,
y, sin saberlo,
sigue aquí.

Los años no borran,
solo disimulan.
Y cuando la encontré de nuevo,
aún llevaba la misma pausa
antes de saludar.

EL DESORDEN QUE DEJASTE

 Entraste sin pedir permiso,
como quien abre una ventana
y deja que el viento irrumpa,
sin medir el caos que provoca.

Te metiste en mi mente,
pasillo por pasillo,
hurgando en cajones
que ni yo recordaba.

Moviste las sillas de lugar,
colgaste cuadros torcidos,
derribaste paredes
y pintaste de colores
mis pensamientos más grises.

En mi cerebro dejaste huellas,
no como pasos,
sino como raíces
que siguen creciendo
aunque intente ignorarlas.

Y aquí me tienes,
mirando el desorden,
sabiendo que algo en mí
nunca volverá
a estar en su sitio.