YA NO LLORO
EN CONSTANTE TRANSFORMACIÓN
¿Dónde ocurre esa transformación silenciosa? ¿En qué paso se descose lo viejo para dar espacio a lo nuevo? ¿En qué momento exacto mi interior se acomoda a una forma diferente de ser? En esa continuidad predecible también habitan las grietas donde el interior se reinventa. En esa constancia se ocultan momentos invisibles de cambio, de cierre, de comienzo. Y me lo pregunto, mientras rutinamos, de todos los días que atravesamos con piloto automático, ¿en cuántos dimos una sonrisa auténtica, y en cuántos nos envolvimos en un cordial disfraz? A veces, alguien me ve a la misma hora, en el mismo lugar, y cree que nada ha cambiado. Pero sin saberlo, ha sido testigo del cierre silencioso de una etapa. Quizás no lo notaste, pero mientras cruzábamos miradas, nacía una nueva versión de mí.
UN VIAJE SIN RETORNO: UN PUNTO DE INFLEXIÓN
Hay viajes que se planean, otros que simplemente suceden y luego están los que te cambian. Este fue uno de esos. Un punto de inflexión. Un antes y un después. Un viaje con amigas que nos sacó de la rutina, del "yo nunca" para convertirlo en "yo sí", "yo a veces", incluso "yo siempre", y no solo sin culpa, sino con orgullo.
Salimos de nuestras zonas de confort para encontrarnos más cómodas que nunca. Porque a veces no se trata de dónde estás, sino con quién. Nos reímos, mucho. Lloramos, pero de risa también. Nos conocimos más, nos escuchamos de verdad. Y entre confidencias profundas y risas hasta que dolía el estómago, arreglamos el mundo una conversación a la vez.
Pasaron cosas. Muchas cosas. La sombrilla salió volando como si nos dijeran que también nosotras estábamos listas para alzar vuelo. Y de eso se trataba: transformar, convertir lo inesperado en inolvidable.
Nuestro coche era una nave espacial—metafóricamente y casi literalmente—pero conservaba su esencia clásica, con su gallinero particular. Caos, risas, música, y una sensación de libertad intensa.. Éramos una tripulación improbable, pero perfectamente sincronizada.
Nos convertimos en “las de la primera fila”. En las que se lanzan, en las que no se lo piensan, en las que lo viven todo como si no hubiera un mañana. Hubo momentos F. All Stars que queríamos vivir hasta el infinito: bailes, abrazos, confesiones, complicidades instantáneas; y también hubo otros momentos de plaza en avalancha de personas y caballos que decidimos no repetir más. Pero todo cuenta. Todo suma.
No se puede pagar por vivir algo tan auténtico, tan de verdad. Compartirlo con los residentes, con esa amiga que nos abrió su mundo y su familia como si fuéramos parte de la historia desde el principio, vivir las fiestas desde dentro, desde el alma misma de la celebración… ha sido un regalo.
Sufrimos el calor, sudamos hasta deshidratarnos, sí. Pero ni eso nos quitó la alegría. Porque cuando estás en el lugar correcto, con la gente correcta, todo tiene sentido.
Este viaje ha sido más que una escapada. Ha sido una declaración de intenciones. Una forma de gritarle al mundo que estamos vivas, que somos muchas cosas a la vez, que no nos da miedo sentir, vivir, reír, caernos y volvernos a levantar. Porque, al final, así es como decidimos atravesarlo todo: jodidas, pero contentas.HAS PERDIDO LA SED
La agonía hecha mantra.
Se perdió la magia,
la intriga.
Solo quedó el desastre.
Intentaba alejarme
de la norma,
y, en tanto esfuerzo,
solo lo arruiné.
Ahora ya no me eliges.
Ahora has perdido la sed.
GESTIONAR NO ES SOSTENERLO TODO
Hay días en los que abrimos el correo, revisamos el calendario, reorganizamos prioridades y sin embargo, algo dentro se desajusta. No es trágico. No es urgente. Es apenas una vibración sutil, como si el cuerpo supiera -antes que la mente- que sostenerlo todo ya no es sostenible.
La palabra gestión ha sido sinónimo de control hasta ahora: de organización, planificación, eficiencia, productividad. Gestionar es prever, optimizar, medir. Pero ese paradigma, profundamente funcional, deja fuera algo fundamental: la experiencia humana. Porque no todo lo que atraviesa un día se puede meter en una tabla. Ni todo lo importante se puede resolver con una reunión y un calendario.
Gestionar, hoy, implica algo más complejo: vivir entre lo concreto y lo intangible. Tomar decisiones, sí, pero también sentir sus consecuencias. Resolver problemas, claro, pero sin desconectarse de lo que esas soluciones exigen internamente. Porque no es lo mismo "resolver" que "atravesar".
En ese cruce entre lo operativo y lo emocional, aparece una tensión constante: la de sostenerse mientras se sostiene. Y ahí es donde muchas veces fallamos, no por falta de capacidad, sino por exceso de exigencia. Por seguir creyendo que ser funcional es no detenerse, no aflojar, no mostrarse vulnerable.
Pero, ¿qué pasaría si empezamos a pensar la gestión no solo como control, sino también como escucha? ¿Y si soltar, perderse un poco, dejar espacios sin llenar, también fuera parte del trabajo?
La gestión emocional es parte inevitable del hacer. El estrés, la incertidumbre, el miedo a no llegar, la frustración cuando nada sale como se esperaba. Todo eso se cuela en las tareas más rutinarias. Y lo que no se reconoce, se filtra. Lo que no se nombra, se acumula.
Aprender a gestionar, entonces, también es aprender a perder el control sin colapsar. A discernir qué vale la pena sostener y qué se puede soltar. A entender que la productividad sin pausa termina siendo una trampa. Que a veces, no hay que optimizar nada. Solo respirar. Nombrar. Sentir.
Porque gestionar no es sostenerlo todo. Es saber qué dejar caer sin perderse del todo en la caída. Es aprender a ser humano entre tareas, emociones y pausas. Y en ese equilibrio inestable, encontrar —a veces— una forma más honesta de avanzar.
NO ME ELIGES
SIGUE AQUÍ
del trazo correcto de una frase.
Nunca supo —y quizá eso la hizo eterna—
que había una brújula escondida
en su manera de estar ausente.
Lo que no ocurrió
dibujó el mapa.
Yo viví de su imagen,
como quien bebe del reflejo
sin tocar el agua.
Ella no lo supo,
y, sin saberlo,
sigue aquí.
Los años no borran,
solo disimulan.
Y cuando la encontré de nuevo,
aún llevaba la misma pausa
antes de saludar.
EL DESORDEN QUE DEJASTE
como quien abre una ventana
y deja que el viento irrumpa,
sin medir el caos que provoca.
Te metiste en mi mente,
pasillo por pasillo,
hurgando en cajones
que ni yo recordaba.
Moviste las sillas de lugar,
colgaste cuadros torcidos,
derribaste paredes
y pintaste de colores
mis pensamientos más grises.
En mi cerebro dejaste huellas,
no como pasos,
sino como raíces
que siguen creciendo
aunque intente ignorarlas.
Y aquí me tienes,
mirando el desorden,
sabiendo que algo en mí
nunca volverá
a estar en su sitio.